GenAI y soberanía de datos, el dilema invisible de la innovación

OPINIÓN AI

GenAI y soberanía de datos, el dilema invisible de la innovación



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Cada vez que cedemos el control de nuestros datos, estamos entregando una parte de nuestro activo más valioso: la información.

Publicado el 20 nov 2025

Bruno Caravantes

Director general para México de Itera Process



AI-data

Hablar de innovación es, casi siempre, hablar desde el asombro. Aceptémoslo. En estos tiempos de inteligencia artificial generativa (GenAI por acrónimo en inglés), sin duda, nos cautivan las demostraciones de poder tecnológico: los modelos que redactan, diseñan, programan, hacen números y análisis como si fueran otro brazo invisible de nuestros colaboradores.

No obstante, detrás del resplandor de la GenAI existe una dimensión menos espectacular, pero mucho más trascendente: la soberanía de datos. Y es —quizá— el verdadero campo de batalla del futuro digital.

Hoy, muchas organizaciones se sumergen en el universo de la GenAI impulsadas por la promesa de eficiencia, productividad y agilidad sin precedentes, pero en medio de ese entusiasmo, es fácil pasar preguntas tan simples como decisivas: ¿De quién son los datos que alimentan nuestros modelos? ¿Dónde residen? ¿Quién tiene realmente el control del conocimiento que generan?

Estas interrogantes, que podrían parecer técnicas, en realidad son profundamente estratégicas y valiosas para el negocio. Porque cada vez que cedemos el control de nuestros datos, estamos entregando una parte de nuestro activo más valioso: la información.

El dilema de la soberanía de datos

La cesión de los datos no ocurre por descuido, sino por inercia. Me explico: durante años, el mercado ha premiado la velocidad y la inmediatez, por lo que las plataformas listas para usar parecen la solución perfecta (accesibles, poderosas, algunas veces gratuitas, y con resultados inmediatos).

Pero, como bien sabemos, la inmediatez tiene un costo oculto: cuando los datos empresariales —muchas veces confidenciales o críticos— se desplazan hacia modelos externos, la frontera entre innovación y dependencia tecnológica se vuelve difusa.

Lo que comienza como una decisión operativa termina convirtiéndose en un dilema de soberanía: ¿seguimos siendo dueños de nuestra información o nos hemos convertido en inquilinos digitales?

¿Cómo lograr la independencia?

Recientemente he visto esta tensión de cerca. Las empresas que optan por un enfoque soberano en inteligencia generativa (aquellas que diseñan sus propios esquemas de gobierno de datos y los integran en su arquitectura tecnológica) obtienen algo más que resultados técnicos: logran independencia.

Conservan la capacidad de decidir cómo, cuándo y con qué propósito se usa su información, lo que se traduce en flexibilidad, cumplimiento normativo y una ventaja competitiva que difícilmente puede imitarse, ya que una organización que entiende la ubicación, trazabilidad y uso de sus datos no solo cumple con las regulaciones, sino que se asegura de que su innovación no dependa ni esté limitada por los modelos de otros.

Lograrlo, sin embargo, exige más que tecnología, pues la soberanía de datos no es un tema reservado a los departamentos de IT, es una competencia que se construye.

Por esta razón, implica también desarrollar capacidades internas, cultivar equipos capaces de comprender y auditar los modelos que utilizan y romper con la idea de que la GenAI debe de ser una caja negra; es decir, dejar de verla como un sistema opaco y comenzar a entenderla como una herramienta que puede —y debe— auditarse, ajustarse, medirse y evolucionar desde dentro.

El talento es parte clave

La mejor manera de integrar soluciones de inteligencia generativa es combinar el desarrollo tecnológico con la transferencia de conocimiento. Esto implica no solo evaluar, sugerir, implementar y desarrollar modelos, sino también acompañar a los equipos para que comprendan cómo funcionan, cómo se adaptan a su operación y cómo pueden participar activamente en su ajuste, mantenimiento y evolución.

De esta forma, la organización no solo adopta una tecnología: la convierte en una capacidad propia. Y esto es fundamental porque la tecnología puede adquirirse, sí, pero el conocimiento se gana y se conserva, y eso es lo que permite que estas soluciones sigan dando frutos con el paso del tiempo.

Esta misma lógica aplica a cualquier organización que busque independencia tecnológica, ya que construir soberanía digital requiere más que intención. Exige una hoja de ruta.

Supone identificar los datos críticos, definir políticas de acceso, medir valor y riesgo y crear arquitecturas auditables que evolucionen con el tiempo. Pero también, y sobre todo, supone formar personas capaces de sostener esa visión, pues la soberanía se construye, día a día, con decisiones conscientes sobre cómo tratamos y gobernamos la información que nos define.

Hacia el liderazgo digital

En fin, no cabe duda de que la inteligencia generativa ha abierto un horizonte tan fascinante como desafiante. Sin embargo, su verdadero impacto no se medirá por la cantidad de modelos desplegados, sino por la madurez con la que las organizaciones aprendan a gobernarlos.

Hoy adoptar tecnología ya no es suficiente: hay que domesticarla, entenderla, ponerla a nuestro servicio.

En este sentido, dentro de un mundo donde los datos se mueven con la velocidad de la luz, la soberanía se ha convertido en el nuevo sinónimo de libertad. Y quizás ahí radique la esencia del liderazgo digital: no en quién tiene más algoritmos, sino en quién conserva el poder de decidir sobre ellos.

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