Fallos masivos de infraestructura, tsunamis, pandemias, ciberataques, conflictos armados…
Cualquiera con un poco de memoria ha relacionado cada una de las palabras anteriores con situaciones que se han vivido en los últimos años. Son circunstancias que tienen un impacto directo en la actividad de las organizaciones.
Aquellas que estaban preparadas con planes de continuidad de negocio (BCP, por sus siglas en inglés) pudieron seguir operando y redujeron el impacto en su cuenta de resultados, además de brindar servicios en muchos casos esenciales para el ciudadano.
A pesar de que las grandes corporaciones implementaron estos planes desde hace tiempo, no sucede así con empresas de mediano o pequeño tamaño, pese a ser vitales para el buen funcionamiento de países como México, donde la mayoría del tejido empresarial está conformado por pymes.
La realidad nos obliga a prepararnos no solo para proteger operaciones, sino para garantizar que la organización pueda seguir sirviendo a sus clientes cuando más se la necesita, independientemente de su tamaño.
Es algo que pudo verse recientemente en Europa, cuando España y Portugal se quedaron a oscuras por un fallo grave en la red eléctrica, causando un apagón de las telecomunicaciones.
En México, el reciente huracán Bárbara también puso en evidencia lo expuestas que están muchas empresas ante este tipo de situaciones, y cómo una falta de preparación puede dificultar seriamente su capacidad de respuesta y recuperación.
Esto destaca la importancia de tener otras opciones más allá de las soluciones tradicionales para mantener el negocio activo y garantizar su continuidad. En situaciones extremas, ¿qué pasa si falla todo al mismo tiempo?
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Estrategias clave para la resiliencia operativa
Tener centros alternativos clave fuera de núcleos urbanos, respaldos eléctricos propios (desde generadores hasta baterías o paneles solares con almacenamiento) o asegurar al menos 48-72 horas de autonomía operativa puede marcar la diferencia entre detenerse o seguir. Es el tiempo en el que suelen solucionarse los problemas cuando suceden eventos disruptivos.
En momentos críticos, lo que importa no es la sofisticación, sino la resiliencia. Además de contar con dispositivos y soluciones de seguridad física que puedan proteger en la medida de lo posible las infraestructuras de la compañía.
Para que todo el BCP esté siempre afinado es crítico realizar pruebas periódicamente de activaciones del mismo frente a eventos disruptivos. Es decir, ensayar.
Los simulacros deben incluir fallos eléctricos totales, errores en las telecomunicaciones, desplazamientos a centros alternativos por parte de los empleados, definir quién toma decisiones, cómo se prioriza y tener siempre controlados los tiempos de respuesta.
Es en esos momentos de presión —aunque sean simulados— cuando se revelan los puntos ciegos del plan y, sobre todo, la capacidad real de las personas para adaptarse, coordinarse y mantener el negocio en marcha. En última instancia, la resiliencia no es un software ni una infraestructura: es una cultura que se entrena.
La inversión esencial en el plan de continuidad de negocio
Hace años era impensable disponer de copias de seguridad de los datos y procesos de negocio en centros de procesamiento dedicados. Era una inversión que se consideraba demasiado alta para algunas organizaciones. Sin embargo, en los últimos tiempos, se ha convertido en un indispensable del negocio.
Es algo similar a lo que vemos hoy en día con los planes de continuidad de negocio. La inversión en los mismos compensa, y mucho, sobre todo teniendo en cuenta lo que puede sufrir la cuenta de resultados ante eventos disruptivos que, desgraciadamente, cada vez se producen con mayor frecuencia.
Como podemos ver, ya no son una posibilidad remota, son una realidad. La diferencia entre resistir y desaparecer está en la preparación. Las empresas que actúan hoy, serán las que puedan seguir operando mañana.