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OPINIÓN

Las stablecoins ya están aquí: ¿adaptarse o quedarse atrás?



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En un país como México, donde la estabilidad económica y la inclusión financiera son prioridades urgentes, tienen el potencial de marcar una diferencia real en los próximos años.

Publicado el 17 jun 2025

Mario Cruz

Cofundador y director de Operaciones Bitfin



Stablecoins
Crédito: Archivo ShutterStock

En los inicios del ecosistema cripto, bitcoin (BTC) surgió como una respuesta descentralizada al sistema financiero tradicional. Sin embargo, su alta volatilidad impedía su adopción para transacciones cotidianas.

Uno de los casos más emblemáticos ocurrió el 22 de mayo de 2010, cuando Laszlo Hanyecz, un programador en Florida, compró dos pizzas de Papa John’s por 10,000 BTC. En ese momento, equivalía aproximadamente a $41 dólares.

Fue la primera transacción registrada en la que bitcoin se usó para adquirir un bien físico. Lo que parecía un logro para la adopción cripto, pronto se convirtió en un símbolo de su volatilidad.

Si Hanyecz hubiera conservado esos 10,000 BTC, al precio de 2021 cuando superó los $60,000 dólares, esa compra habría valido más de $600 millones de dólares. Este tipo de variaciones tan extremas demostraban que Bitcoin no era práctico como moneda de uso diario.

A raíz de esta necesidad surgieron las stablecoins, un tipo de criptoactivo diseñado para mantener un valor estable —generalmente vinculado a una moneda fiat como el dólar estadounidense— y que hoy, más que nunca, están redefiniendo la forma en la que concebimos el dinero digital.

Stablecoins, de una curiosidad tecnológica a ser un pilar

Las stablecoins nacen de una fuerte necesidad: aprovechar los beneficios de la blockchain (velocidad, transparencia, descentralización) sin sufrir los riesgos de volatilidad extrema de criptomonedas como bitcoin o ethereum.

Las primeras propuestas, como tether (USDT), comenzaron a circular entre 2014 y 2015 como tokens respaldados por reservas de dólares.

Hoy las stablecoins ya no son solo una curiosidad tecnológica. Se han convertido en uno de los pilares fundamentales del ecosistema cripto y en una herramienta financiera práctica para millones de personas alrededor del mundo.

Desde traders institucionales que las usan como refugio entre operaciones, hasta ciudadanos en países con inflación desbordada que las prefieren para proteger su poder adquisitivo.

También son esenciales para las remesas, pagos internacionales, plataformas DeFi, y cada vez más, para el comercio digital. Empresas pueden pagar a freelancers en cualquier parte del mundo con bajo costo y en segundos.

Las stablecoins permiten transacciones 24/7, sin necesidad de bancos, ni conversiones costosas entre monedas locales y extranjeras.

Desafíos

El futuro de las stablecoins es prometedor, pero no exento de desafíos. Por un lado, existe una tendencia clara hacia una mayor regulación.

Estados Unidos, la Unión Europea y otras jurisdicciones desarrollan marcos legales para garantizar que estos activos sean efectivamente respaldados, transparentes y seguros.

Por otro lado, los bancos centrales observan atentamente y responden con el desarrollo de sus propias monedas digitales.

Sin embargo, las stablecoins tienen la ventaja de la agilidad, la innovación constante y un ecosistema descentralizado que evoluciona más rápido que la burocracia estatal.

La oportunidad para México

México tiene una oportunidad única. Las stablecoins pueden revolucionar sectores clave como el envío de remesas —que ya superan los $60,000 millones de dólares anuales—, los pagos digitales y la inclusión financiera para millones de personas no bancarizadas.

Si bien aún existen desafíos regulatorios y barreras de adopción, las empresas fintech ya están trabajando activamente para integrarlas de forma segura y escalable en soluciones reales para el mercado mexicano.

Por ejemplo, plataformas en México, ya han permitido a usuarios recibir remesas en criptomonedas estables como USDC, con conversiones instantáneas a pesos, reduciendo costos frente a métodos tradicionales.

En este contexto, el futuro de las stablecoins en el país dependerá de la capacidad de crear una regulación clara y pragmática que fomente la innovación sin cerrarle la puerta a proyectos legítimos; de impulsar una mayor educación financiera que permita a usuarios y empresas comprender tanto los beneficios como los riesgos de este tipo de activos; y de construir una integración efectiva con el sistema financiero tradicional, facilitando puentes fluidos entre pesos y stablecoins, y habilitando así soluciones más ágiles, económicas y accesibles que las actuales.

La reacción del sistema bancario

Ante este panorama, es inevitable preguntarse: ¿cómo reaccionarán los bancos tradicionales frente al avance de las stablecoins? En lugar de ignorarlas o resistirse, lo más probable —y lo más estratégico— es que comiencen a adaptarse.

Algunos bancos ya han mostrado interés en este ecosistema. Por ejemplo, instituciones como BBVA México han participado en pilotos globales relacionados con monedas digitales y blockchain empresarial.

Aunque aún no operan con stablecoins directamente, su involucramiento marca una señal clara de que el sector bancario no está completamente ajeno a estos cambios.

Lo ideal sería que el sector bancario no actúe como competidor directo, sino como un aliado estratégico en la construcción de un sistema financiero híbrido: uno que combine la solidez institucional de los bancos con la agilidad, accesibilidad y disrupción tecnológica que aportan las stablecoins.

En un entorno así, todos ganan: las personas, las empresas, el sistema financiero y la economía en general.

En resumen, las stablecoins no son una moda pasajera, sino una evolución lógica dentro del mundo cripto y una herramienta poderosa para transformar la manera en que interactuamos con el dinero.

En un país como México, donde la estabilidad económica y la inclusión financiera son prioridades urgentes, las stablecoins tienen el potencial de marcar una diferencia real en los próximos años.

Lo que está en juego no es solo una nueva forma de transferir valor, sino la posibilidad de rediseñar desde cero cómo se mueve el dinero en nuestra sociedad.

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